Peñarroya-Pueblonuevo C.F.

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jueves, 29 de agosto de 2013

CINCUENTA Y TRES ANIVERSARIO DE LA FINAL DE LA COPA DE ESPAÑA DE AFICIONADOS 1959/60

El 30 de junio de 1960 el Peñarroya C. F. se proclamó Subcampeón Nacional de Aficionados; en las pasadas fechas se conmemoró el  aniversario de una de las gestas más singulares en la historia de nuestro club .
     Los que fuimos sus fieles seguidores nunca  olvidaremos los buenos momentos vividos.
    Yo, por suerte, estuve allí. Y a estas alturas de mi vida aún me asaltan las buenas vibraciones que pude sentir .
   Por aquellas calendas los rojillos se batían el cobre con los grandes de la categoría: el Algeciras, el Iliturgi, la Balompédica Linense, los filiales del C.B. Barcelona, del Real Madrid…; equipos que contaban entre sus filas con jugadores de la talla de Sadurní, de Serena, del velocísimo Rifé…
    A la hora más taurina, hiciese frío o calor, toda una anárquica procesión de incondicionales se dejaba caer por el campo de fútbol de Casablanca, para asistir a una nueva épica de los suyos, escrita con letra indeleble sobre el blanco pergamino de la ilusión.
    Los de menos posibilidades, ubicados en barrera de gol o de sol, permítanme la paronomasia; y los más elevados, encumbrados allí, en las ramas de las casuarinas, desde donde había que emplearse en agilidad para conseguir una de palco gratis y una magnífica panorámica a vista de águila.
    En los prolegómenos del encuentro los altavoces lanzaban a los cuatro vientos una canción. Era ésta una coplilla con música del maestro Alonso: “El Pasodoble de la Banderita”, incluida en la revista Las Corsarias. Decía así:
          …Allá por tierra africana/ Un soldadito español/ De esta manera cantaba:
             Como el vino de Jerez/ Y el vinillo de Rioja
             Son los colores que tiene/ La banderita española.
       Los que, por mor de la suerte, estuvimos allí no sabríamos decir a cuento de qué el consabido pasodoble y por qué no la del minero, que cantaba Antonio Molina ;  entonces nuestro equipo carecía de un himno o de una simple letrilla para animar, y la única realidad es que a todos nos llegaba hasta la médula aquel aire tan marcial, a ratos nostálgico posiblemente por alusión a las sangrías de nuestro ejército en África  , a ratos esperanzado, a ratos como  una llamada que solicitase de los presentes un aguerrido “¡A mí la legión!”
        Cuántas veces no habré tarareado, emocionado, la musiquilla de la bandera, que para tantos de nosotros como para los republicanos el “Himno de Riego”, o para los  franceses “La Marsellesa” era el himno que representaba a nuestro equipo campeón.
         Aún podríamos repetir de carrerilla aquella mítica alineación: en la portería Paquillo, más ágil y flexible que el mismísimo Yatsín al menos para quienes le admiraban; en la defensa Peláez, con sus espectaculares despejes en plancha; en la delantera Parrilla, para arrancar al  público un “¡Oh!” con sus remates de chilena y su olfato de gol; para la línea media los inseparables Boni y Antoñín, que eran el equivalente a los Mauri –Maguregui, o similar…
      Aquellas camisolas rojas parecían contagiar a nuestros jugadores todo el romanticismo y energía de un desarbolado huracán. Allí el fútbol era juego, inocencia, estética, ilusión…; nada de economía vil, ni de retórica publicitaria. Era toda una celebración ver con qué bravura defendían los Jesuli, Noriega, Santos…; o cómo los Quesada, Cárdenas, Parrilla, Richard y López, apretaban el cerco sobre el área rival.
       Qué os podríamos decir aquellos niños de hace más de medio siglo a los jóvenes de hoy.
        Sólo que, por suerte, estuvimos allí; que la historia es un libro que cada día se reescribe; que en él se anota con letras de molde la importancia del tejido productivo, etc…;  pero que su verdadero espíritu es el que nos lleva a sentir que siempre seremos parte de ese árbol añoso que es nuestro pueblo; el que refleja la humanidad del paisanaje; el saludable afán de jugar, en amor y arte, como lo hacía aquel club; la consciente e inaplazable alegría de vivir.

Fdo: Joaquín Rayego

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